14 abr 2018

Soy feliz, me volví a enamorar

Cómo comenzar la narración de un enamoramiento que ya había tenido lugar en el pasado y de la misma fuente, de la misma persona, si se quiere. Apenas llegué a mi departamento y esta emoción no se va por más que vine caminando, o como dirían los enamorados, flotando. Con esa sonrisa de Mona Lisa que todos ven y toman como suya y no es para ninguno. Esa sonrisa cómplice conmigo misma, esa sonrisa que tenemos todos los enamorados cuando es inevitable ocultar o disimular tanta felicidad. Esa sonrisa que todos creen ver y nadie logra descifrar o tal vez casi nadie y a la que todos quieren corresponder. Sí, así llegué, me serví un refresco y me senté a la máquina a escribir sin dejar que nada me distraiga, o estaba segura que pasaría una de dos cosas: el corazón me explotaría y moriría o este maravilloso sentimiento se diluiría en la memoria a tal punto de creer recordar que una vez lo sentí y por este "motivo", quedando en el olvido donde jamás merecería estar.

Fue un encuentro mágico, regresar a mis orígenes sin serlos realmente. Regresar a ver en lo más profundo, fuerte, crudo, sincero y visceral. Termina la cita y el amor brotaba por cada uno de mis poros, caminé enamorada, ¿quién podría negar que cuando tocan lo más profundo del alma pierdes totalmente la razón y tu cuerpo queda en segundo lugar? Tal vez por eso sentimos que flotamos.

Pero, ¿quién es? ¿De quién estás hablando totalmente extasiada al punto de ridiculizar tu propio raciocinio con tanta facilidad, de ser una cursi más en este mundo cada vez más vacio de amor? Quién... qué curioso, quién... fue más bien qué. Así es, qué volvió a ponerme en ese estado tan surreal, en ese estado subvalorado, minimizado, maltratado que muchos a veces pensamos que quedó en el olvido, al menos entre personas se ha vuelto una excepción. Prácticamente se ha vuelto imposible volverse a enamorar de esta manera sin que se tome por debilidad... cuando por el contrario, es fuerza.

Hace unos años me inscribí en clases de teatro. Una afición que realmente me apasiona pero que, sin embargo, estudié de adulta. Fueron solo 2 años y unos meses un poco tironeados por los cada vez más contínuos viajes de mi profesora, y que al resto del grupo le costaba aceptar al profesor suplente. Entre los ensayos de improvisaciones, técnicas y juegos, debo admitir que venía un poco distraida, no sentía sustancia, tenía hambre de más. Le sugerí a mi profesora hacer ensayos con obras clásicas. Tal vez una involuntaria soberbia, propia de mi nivel de principiante, pero también consciente de querer sumergirme en ese mundo apasionado del teatro, con sus personajes y experiencias, ser parte, empaparme de él. Quería entender qué lo hace tan maravilloso.

Hicimos algunas obras, pequeños ensayos claro está. El jardín de los cerezos de Chéjov, Macbeth, Hamlet de Shakespeare y la muestra de fin de año, Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca. De todas estas hubo una de la que me quedé prendada, y fue Hamlet. De hecho me atreví a arriesgarme con el personaje. Fue allí donde quedé total e irremediablemente enamorada del teatro, teniendo como cúspide esta obra.

Recuerdo una noche mirar por la ventanilla del taxi, regresando de los ensayos que tenía con mi compañera de escena que hacía de Ofelia, y escuchar esa vocecita interna confirmando todo lo que estaba sintiendo camino a casa... "¡Oh por Dios, me enamoré!", recuerdo que podía sentir cómo me brillaban los ojos y surgía esa misma sonrisa.

No me resultó un conflicto que no haya sido de una persona sino esta obra y la experiencia tan especial de bucear en la mente del personaje lo que sacó de mí un sentimiento tan profundo que lo tenía como recuerdo. Cambió mi sentir sobre el teatro, ahora no solo era diversión, juego, liberación... pasó a  ser también pasión, indagar en los claros-oscuros de la vida, de mi propio ser. Pasé a sentirme al borde de un abismo, en la cuerda floja al "vivir" esas historias.

Es con ese enamoramiento con el que regresé a mi departamento luego de asistir a un seminario sobre Hamlet este último lunes. Así regresé siendo este el primero de los cinco encuentros. Durante el seminario el pecho me latía con fuerza, no perdí una sola palabra... me había vuelto a enamorar. Ahora espero con ansias el siguiente encuentro... sí, extasiada, feliz, enamorada, cursi, ridícula y fuerte.

En el camino le envié un saludo a mi pasado agradeciendo la experiencia, caminé con la mente plena en el presente y el futuro me hizo un guiño.

Ahora sé fehacientemente que mis puertas están abiertas.

7 feb 2017

Caminantes desconocidos



Cada noche salgo de mi empleo camino a casa, recorriendo tres kilómetros y medio de concreto a pie. A pesar de vivir y trabajar en el centro de esta enorme ciudad, donde todos somos siempre desconocidos, inconscientemente entablamos familiaridad con las baldosas de la calle, con sus marcas y agujeros característicos. Como si estos fueran aspectos determinantes que le dan una personalidad específica y diversa a cada una.

Nos familiarizamos con los postes de luz, negocios, arquitectura y colores de los edificios. Y hasta podríamos, a riesgo de ser catalogados como dementes, mantener una conversación sobre el porqué una calle tiene poca luz y la siguiente está totalmente iluminada.

En cuanto a las personas, me topo con uno que otro encargado de negocio o vagabundo sentado en alguna escalinata y con quienes jamás nos cruzamos la mirada. El resto está durmiendo sobre algunos cartones o debajo de ellos.

Cada noche el mismo recorrido, el mismo paisaje. El resto son personas que siempre veo pasar por primera vez. Más familiaridad me generan las baldosas.

En la parte central de este camino hay un trecho de unas 8 calles que las llamo la zona oscura. Antes de empezar el trayecto por dicha zona, me quito el reloj y cualquier accesorio que pudiera llamar la atención. Acelero el paso y, cada tanto, miro sobre mis hombros. Casi no hay gente, las bolsas y papeles vuelan, alguno hay que esquivar, hay cierto hedor en el ambiente, y si llueve debo sortear con mucho cuidado las baldosas sueltas. Aunque a estas alturas ya las conozco bien.

Desde algún agujero sale una voz que dice una palabra o frase soez. Acelero el paso más aún y agudizo mi atención. Me repito mentalmente “falta poco, falta poco…”

Cada noche lo mismo, hasta que ocurre algo que lo cambia todo. No sé cuántas veces nos habremos cruzado o si talvez fue reciente cuando lo noté.

Camino en sentido contrario viene este hombre. Alto, delgado, con el cabello corto, clásico. La calle es muy oscura pero creo que es castaño, de rostro agradable. Lamentablemente con esa barba hipster que me desagrada tanto. Vestido con pantalón, saco y camisa en las noches aún frescas y solo camisa en las primeras noches del verano. Una mochila negra al hombro y auriculares.

Lo vi una vez, dos veces, tres… Pensé “Vaya! Por fin veo una cara conocida”. Una cuarta vez, una quinta. Honestamente no sé en qué momento nos vimos. Solo sé que en la tercera de haberlo notado también comenzaron a cruzarse nuestras miradas, de manera fugaz, como si nos turnáramos, pero siempre haciendo contacto visual.

Las siguientes noches, las ocho calles aquellas ya no me parecieron “la zona oscura”. Me dio curiosidad. ¿Le pasaría por la mente las mismas cosas que a mí? ¿También tendrá curiosidad?¿Que hacen dos personas cruzándose cada noche exactamente en el mismo lugar, en una zona a la que no pertenecen en absoluto? ¿Será casado? ¿Tendrá novia? ¡Pero qué manera de sabotearte el momento! ¿Porqué siempre pensar si tiene alguien en su vida? Pero ¿cómo no voy a pensar todas esas cosas? ¡Es un chico lindo!
Un momento, yo tampoco estoy nada mal y no por eso tengo novio o estoy casada.

Cuando entro a la zona oscura camino cuatro cuadras con la expectativa de cruzarnos las miradas, miradas que saludan y sonríen. Después de nuestro encuentro fugaz continúo las siguientes cuatro cuadras tratando de resolver mentalmente las mil preguntas que surgen, sin dejar de mirar sobre mis hombros.

Y entonces, justo antes de navidad, mi jefa, a quien aprecio muchísimo y le guardo gran afecto, me regala un aromático ramito de jazmines que recibo feliz. Esa noche salgo del trabajo dispuesta a caminar las 33 o 34 calles en mi regreso a casa, esta vez con mi ramito de jazmines en la mano.

Llego a la zona oscura, que para mí  ha dejado de serlo desde hace casi dos semanas. En la cuarta calle, como cada noche, nos cruzamos y esta vez estoy dispuesta no solo a sostener la mirada o sonreír como venimos haciendo, esta vez le saludaré “como al pasar”.

Lo veo acercarse a la distancia, cada vez más cerca. Llega el momento, nos miramos, pero rápidamente me evade, baja la mirada y continúa su camino.

Sigo caminando algo contrariada ¿Habrá sido solo mi imaginación? ¿Se habrá arrepentido? Y entonces miro mi ramito de jazmines ¿Habrá pensado que me lo dio el “novio” que puede haber creído que tenía? Me quedé con todas las interrogantes.

No importa que tan dispuesta estuviera para disolver esos posibles cuestionamientos en mi cabeza y con mayor razón en la suya. Desde aquella noche no lo volví a ver.